Erasmo de Rotterdam permaneció en la memoria cultural gracias sobre
todo a los hermosos retratos realizados por Holbein, Durero y Quentin
Massys, así a una obra de juventud, el Elogio de la locura. Su inmensa
obra y su vida, conocidas sólo por un puñado de especialistas, empezaron
a estudiarse más ampliamente y a difundirse a partir de los primeros
años del siglo XX; gracias a diversos ensayos y, en especial, al libro
de Stefan Zweig, Erasmo, Triunfo y tragedia de una idea (publicado en
Austria en 1934, en Francia en 1935, en Italia en 1935, etcétera), se
comenzó a conocer mejor la verdadera dimensión de ese gran viajero a
quien apasionaba la búsqueda del diálogo y la paz. En su Querella de la
paz proclama: «El mundo entero es la patria de todos», y lo hace en una
época en que Europa combate a sangre y fuego. Los odios que enfrentan a
ingleses, alemanes, españoles, italianos y franceses le parecen un
absurdo.
Erasmo siempre está dispuesto a tomar la pluma contra
las injusticias, las guerras, el fanatismo e incluso la decadencia moral
de su propia Iglesia. El reino de Erasmo, cuya autoridad se extiende en
esos inicios del siglo XVI sobre todos los países de Europa, es un
reino que triunfa sin recurso a la violencia, sólo con el poder de su
fuerza espiritual. Como nos dice Zweig: «Durante un momento maravilloso,
Europa está de acuerdo con el soñado deseo humanístico de una
civilización uniforme, que, con un idioma universal, una religión
universal, una cultura universal, debía poner fin a la primitiva y fatal
discordia, y esta inolvidable tentativa queda memorablemente unida con
la figura y el nombre de Erasmo de Rotterdam. Pues sus ideas, sus deseos
y sueños han dominado a Europa durante una hora universal de su
Historia, y es una fatalidad para él, y al mismo tiempo para nosotros,
que esta pura voluntad espiritual de una definitiva unificación y
pacificación del Occidente sólo haya sido un entreacto, rápidamente
olvidado, de la tragedia, escrita con sangre, de nuestra común patria».
Según
Erasmo, la tiranía de una idea es una declaración de guerra a la
libertad del espíritu, por lo que a lo largo de toda su vida se niega
tomar partido por una ideología o una formación, convencido de que un
hombre de partido está obligado a creer, pensar y sentir con
parcialidad. Por eso Erasmo respeta todas las ideas al tiempo que
rechaza reconocer la autoridad de ninguna. Es el primer pensador en
definirse como europeo, defiende el acceso de todos a la cultura y el
conocimiento como base fundamental para la educación de la humanidad,
porque considera que sólo el individuo inculto e ignorante se abandona
sin reflexión a las pasiones. Por desgracia, hacia el final de su vida
se ve enfrentado a la brutal realidad de un mundo violento e
incontrolable: «En París han quemado a fuego lento a su traductor y
discípulo Berquin [1529]; en Inglaterra, sus queridos John Fisher y
Tomás Moro, sus más nobles amigos, han sido arrastrados bajo el hacha
del verdugo [1535]». Zwinglio, con el cual había intercambiado tantas
cartas muere en la batalla de Cappel (1531)... Roma es saqueada por las
tropas imperiales de Carlos V (1527).
Sin embargo, lo que más
lo afectará será el enfrentamiento con Lutero; sabedor de que su combate
pacífico está perdido de antemano a causa de la obstinación y la
rigidez, no tarda en ver venir la catástrofe. «Ojalá esta tragedia no
termine de forma desdichada», exclama, asaltado por lúgubres
presentimientos. En esos años, al ver que la revuelta campesina se
dirige contra sus apoyos señoriales, Lutero condena los levantamientos
de 1525 en un breve panfleto de una rara violencia, un verdadero
llamamiento a la matanza titulado Contra las bandas ladronas y asesinas
de campesinos y en el que escribe: «quien pueda ha de abatir, degollar o
apuñalar al rebelde, en público o en privado, y ha de pensar que no
puede existir nada más venenoso, nocivo y diabólico que un rebelde [...]
Es tiempo de la espada y de la cólera y no de la gracia. Así pues, la
autoridad ha de proceder ahora sin temor y golpear con buena conciencia,
mientras corra la sangre por sus venas. [...] Por esto, queridos
señores, [...] el que pueda, que apuñale, raje, estrangule» (Martín
Lutero, Escritos políticos, trad. Joaquín Abellán, Madrid, Tecnos, 1999,
pp. 95-101). Lutero toma sin miramientos el partido de la autoridad en
contra del pueblo. Y al final, cuando los campos de Wurtemberg quedan
anegados en sangre, confiesa con extremada valentía: «Yo, Martín Lutero,
he matado a todos los campesinos rebeldes, porque he ordenado
abatirlos: tengo su muerte sobre la conciencia».
Erasmo se
siente desolado al ver que «entre religión y religión, entre Roma,
Zúrich y Wittenberg, se guerrea bárbaramente; entre Alemania y Francia e
Italia y España, se suceden infatigablemente las campañas militares,
como errantes tempestades; el nombre de Cristo ha llegado a ser grito de
guerra y pendón para acciones militares». Ha sido finalmente la
historia del siglo XX la que ha mostrado del modo más cruel esa
sobreestimación de lo civilizado; Erasmo no pudo imaginar el problema
terrible y casi insoluble del odio racial. Sin embargo, como dice Stefan
Zweig: «Siempre fueron necesarios al mundo hombres que se negaran a
creer que la historia no sea nada más que una roma y monótona repetición
de sí misma, un juego sin sentido que se renueva siempre de igual modo
con cambiados ropajes, sino que confían, sin pruebas para ello, en que
el curso de la vida de la humanidad significa un progreso moral, en que
nuestra especie, por invisibles escalones, asciende desde la bestialidad
a la divinidad, de la brutal violencia hacia un sabio espíritu de
ordenación y que este último, el grado supremo de la completa concordia
humana, está ya próximo, ya casi alcanzado. [...] No, no puede pasar
mucho tiempo, tal como lo proclaman con júbilo Erasmo y los suyos, antes
de que la humanidad, conocedora de sus propias fuerzas y tan
pródigamente dotada de ellas, tenga que reconocer su misión ética, vivir
en lo porvenir únicamente de un modo fraternal, proceder moralmente y
extirpar de modo eficaz los residuos de su naturaleza bestial. [...]
Pero no es la bendita aurora lo que amanece sobre la tierra tenebrosa:
es el incendio que destruirá su mundo idealista; al igual de los
germanos en la Roma clásica, así irrumpe Lutero, el fanático hombre de
acción, con la irresistible fuerza de choque de un movimiento popular
nacional, en su mundo de ensueños supranacionales e idealistas, y antes
aún de que el humanismo haya comenzado verdaderamente su obra de
unificación universal rompe la Reforma, con los golpes de su martillo de
hierro, la última unidad espiritual de Europa, la Ecclesia
universalis».
El proyecto de este nuevo libro-CD nace ante todo
de la idea de rendir un gran homenaje a ese humanista excepcional
mediante el diálogo vivo de los textos y las músicas de época, situados
plenamente en su contexto histórico. Para ello le cedemos la palabra,
con textos extraídos de su correspondencia y de algunos de sus escritos
fundamentales. Además del propio Erasmo, escucharemos también las voces
de la Locura y de Tomás Moro y Lutero. Los textos, en diálogo con las
músicas de la época, son recitados en francés por Louise Moaty (la
Locura), Marc Mauillon (Erasmo y Adagios) y René Zosso (Tomás Moro,
Maquiavelo y Lutero) en tres de los compactos del libro. A modo de
complemento, todos los textos estarán también disponibles en Internet
con el mismo acompañamiento musical en otras seis lenguas europeas:
alemán, inglés, castellano, catalán, neerlandés e italiano. Por último,
para quienes se interesan sólo por la audición de las músicas, añadimos
otros tres discos compactos sin los recitados. Los textos de la Locura
van acompañados con improvisaciones, variaciones o adaptaciones vocales o
instrumentales sobre el tema musical de la folia; en los discos 2 y 3,
en cambio, los principales acontecimientos de la vida de Erasmo y de su
época están acompañados por las músicas de Dufay, Josquin, Sermisy,
Lloyd, Isaac, Du Caurroy, Moderne, Morales, Trabaci y piezas anónimas
occidentales, sefardíes y otomanas.
Estamos convencidos de que
las ideas de ese gran humanista, sus reflexiones críticas y su
pensamiento filosófico constituyen una fuente esencial de sabiduría
humanística y espiritual, sin dejar de ser, incluso después de 500 años,
de una actualidad sorprendente; lo mismo que el premonitorio juicio de
Tomás Moro -gran amigo suyo y notable pensador- en su obra Utopía:
«donde hay propiedad privada y donde todo se mide por el dinero,
difícilmente se logrará que la cosa pública se administre con justicia y
se viva con prosperidad. A no ser que pienses que se administra
justicia permitiendo que las mejores prebendas vayan a manos de los
peores, o que juzgues como signo de prosperidad de un Estado el que unos
cuantos acaparen casi todos los bienes y disfruten a placer de ellos,
mientras los otros se mueren de miseria». Esta descripción precisa de la
crisis actual de Europa y el mundo escrita hace cinco siglos muestra
hasta qué punto el estudio y el conocimiento de esos grandes pensadores
humanistas puede ayudarnos a reflexionar sobre nuestro destino humano y a
encontrar nuevos caminos de diálogo, justicia y paz. Con las ideas de
esos humanistas, se perfila ya el postulado, que todavía no se ha
realizado plenamente, de una Unión Europea agrupada bajo el signo de una
cultura y una civilización comunes; de una Europa unida que sepa
desarrollarse a partir de una idea moral, que esté muy por encima de los
intereses económicos o territoriales.